El caballero del templo(c.1) by Jose Luis Corral

El caballero del templo(c.1) by Jose Luis Corral

autor:Jose Luis Corral
La lengua: es
Format: mobi
Tags: adv_history
publicado: 2010-05-14T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

Los almogávares estaban ebrios de victoria y demandaron de Roger de Flor que les permitiera continuar hacia la ciudad de Filadelfia, donde un ejército turco estaba a punto de entrar en esa ciudad bizantina, que resistía un duro asedio desde hacía varias semanas. Pero Roger de Flor ordenó la retirada a la isla de Quíos, frente a las costas de Anatolia, para preparar desde allí una campaña mucho más contundente.

Castelnou quiso identificar aquel sentimiento de los almogávares con el que había oído expresar a algunos ancianos caballeros templarios que, retirados en las encomiendas de Europa e incapaces ya de sostener un arma, pasaban los últimos años de su vida relatando viejas historias de los tiempos felices en los que la bandera del Temple ondeaba en lo más alto de los formidables castillos de Tierra Santa.

Influido por el sentir general y acuciado por el consejo de capitanes que no sólo reclamaban una nueva victoria sobre los turcos sino también más botín, Roger de Flor ordenó abandonar Quíos y regresar al continente. El emperador le había pedido que acudiera a liberar el cerco que los turcos habían cerrado sobre la ciudad de Filadelfia, tras cuyas murallas resistían los bizantinos. Como ayuda le envió varios escuadrones de caballería de la tribu de los alanos, las tropas mercenarias más afamadas del ejército bizantino.

La noticia de la espantosa matanza ejecutada por los almogávares sobre el campamento turco ya había llegado a oídos del general Alí Schir, que dirigía el ejército otomano que estaba asediando Filadelfia. Este general contaba con un formidable contingente de ocho mil jinetes y doce mil infantes, y al saber que los almogávares apenas eran seis mil combatientes se sintió tranquilo. Ante su superioridad numérica e informado por sus espías de que los almogávares venían directos hacia Filadelfia, imaginó que conseguiría dos triunfos en uno: derrotar a los mercenarios del emperador bizantino y vengar así a sus hombres muertos en el campamento, y conquistar Filadelfia, pues sus defensores no dudarían en rendirse al enterarse de la derrota de quienes venían en su auxilio.

La vanguardia almogávar, encabezada por el mismísimo Roger de Flor, apareció al amanecer de una mañana de mayo sobre la cima de unas colinas cubiertas de arbustos florecidos. Los turcos había formado su ejército en una llanura muy abierta, entre las colinas y la ciudad; su superioridad era manifiesta, pues por cada combatiente almogávar formaban cuatro turcos.

El general otomano sonrió; la desproporción de fuerzas era tal que ni el más loco de los generales se arriesgaría a atacarlo ante la evidente inferioridad almogávar. Se equivocó. Roger de Flor recorrió uno a uno todos los batallones y arengó a sus tropas prometiéndoles la victoria.

Castelnou formaba en una de las alas, montado sobre un caballo que le habían proporcionado al considerar su condición. Tras escuchar la orden de atacar dada por Roger de Flor, miró con serenidad a Rocafort, situado a su derecha.

—¿No te inquieta que vayamos a cargar en campo abierto contra un enemigo muy superior? —le preguntó el capitán.

—No. La victoria suele ser patrimonio de los atrevidos —respondió Castelnou.



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